De formas aerodinámicas y espejos de
navegantes

Un buen viajero
no tiene ni planes precisos
ni la intención de llegar.

Lao Tsé

-Soñé que una vez un buitre llegó a mí volando.


No tratas de hacer realidad tus ideas,
sólo intentas vencer la resistencia del aire.
Te ocupas de imitar el vuelo de los pájaros
y vives en una casa que tiene guardavecinos,
y una aldaba, y un zaguán.


Como tantas casas de tu ciudad costera,
la mía, poco a poco, se sepulta bajo lava
y cenizas de una tiranía en erupción.


Leo el Islario general de todas las islas del mundo
de Alonso de Santa Cruz, cosmógrafo mayor
del rey Carlos I de España, y se me ocurren soluciones
para dudas e incógnitas.


-Sí, y me abrió la boca
y me pasó varias veces
sus plumas por ella.


Dédalo huyó de la isla de Creta
para escapar de la pena de muerte.
Olor a cuerpos descompuestos.
Aire que derrite cualquier cera.
Metamorfosis del alfarero que de
tanto no tener siente miedo
y cae al vacío de su propia nadez.


Combinas tus facultades de gran pintor
con las de constructor y mecánico.
Tus ciento sesenta hojas de garabatos
eligen sitios para edificar helicópteros y paracaídas,
para alzar el vuelo, para no tocar.


Pura imaginación la del Cosmógrafo de su Majestad,
que por ser judío, y además chueta, de esos conversos
de las Islas Baleares, teme atraerse las furias de la Iglesia.


-Sí, como queriendo insinuar
que durante toda mi vida
hablaría de alas.


Abre tu boca de nuevo, y en caso de que emane un ala,
intenta el vuelo.


Cualquier fantasía sirve para descubrir una ciudad
con palacios de piedra noble, sus iglesias, sus plazas rectangulares
llenas de frondosos árboles y flores, y sus calles, callejuelas y
avenidas batidas por la brisa del mar.


Evalúas la resistencia del aire, y la forma
aerodinámica te convence.


-Mi pequeño Leonardo es astuto y talentoso.
Ayer construyó una máquina de volar con
plumas de ganso atadas con cordones.


Son visibles los cordones que unen las alas artificiales
a los pies que han de impulsarlas.
Si suelto a los demonios sobre tu cuerpo,
se convierten en migajas de pan.
Icaro parece que quisiera advertir
al osado niño del peligro de la empresa.


La palabra no pronunciable: escapar
La palabra soñada: escapar
La palabra maldita: escapar


La leyenda griega cuenta de piedras labradas,
de una bola de hilo, de una pasión que lo domina todo,
y de un agua propicia a las plumas.
Sin serrucho y sin torno el alfarero se desangra en una
página de un manuscrito donde aparecen dibujados
varios grifos atados al trono de Alejandro.


Y a la mañana siguiente el niño cuenta que leyó
un mensaje escueto que le trajo un ave:
“Ignorancia del que se atreve a gravitar”.


De todas las leyendas de los tiempos antiguos,
la del osado vuelo, que celebra a la persona deseada,
y no deja medalla conmemorativa, es la que anuncia
que la vida continúa, que se han contado innumerables historias
acerca de hombres que se han elevado por los aires,
que la facultad de volar es cosa de diablos o de heréticos.


El niño escribe la palabra guardacantón en su cuaderno,
después añade la palabra esfera, después escupe sobre la hoja
y la tinta se vuelve un murciélago bajo unos dedos
que carecen de conocimientos, pero están llenos de insinuaciones.


Las goteras que destruyen nuestra casa
han dejado tallado un velero que impulsa la navegación aérea.
El aguafuerte atraviesa mares de nubes,
y un intento de lograr divertirnos,
gracias a las utopías de los inventores.

Amach, el maestro Zen y confidente sin par
de una poeta llamada Carlota Caulfield


1.
Tuve un gato llamado Amach.
Me besaba cada mañana con su nariz rubia,
y sus abrazos eran ráfagas de ternura exquisita.


Nació en New Orleans y creció en un jardín salvaje.
Viajó conmigo del sur al este y del este al oeste
en maleta de sedas verdes, siempre a mi lado.
Sus tarjetas de embarque llevaban su fotografía
y unas cuantas marcas de colmillos.
Le gustaba saborear papel impreso.


Entre sus manjares estuvieron
la palabra mariposa en cien idiomas
(poema visual de Xavier Canals),
una carta de amor que me escribió
un hombre muy bello,
las páginas de una edición de
poesía irlandesa, algunos pedazos
de los pensamientos de Gracián
y poemas de Michaux. Así era mi gato.
Ávido gourmet que sólo seleccionaba lo mejor:
salmón fresco y pedacitos de hígado,
su última cena, el día antes de morir.


Detestaba un cassette de los poetas de Orígenes
(regalo de Jesús J. Barquet)
que yo trataba de escuchar a veces por la noche.
Aullaba inconsolable ante la voz de Lezama,
y se lanzaba suplicante a mi pecho para que
se hiciera el silencio.
Pero disfrutaba de Jacques Brel, Annie Girardot
y Serge Gainsbourg. Bach y Vivaldi también le gustaban.


2.
Sólo tú supiste, gato amado
de mis alegrías, de mis desasosiegos,
secretos entre nosotros aquellos tantos
bajo tus rubias orejas guerreras
atentas a los sonidos de mis pasos,
siempre y más allá del recibimiento y del juego.
Nuestras confidencias fueron abrazo diario,
beso del amanecer, compañía bendecida
por el misterio de la reencarnación.


Te escribo este poema mientras escucho
un viejo cassette de música de Bach
tan de tu gusto, con las manos de Alex Hug
sobre el teclado del órgano de la Fraumünster,
que conocías bien por mis cuentos, y todas aquellas lágrimas
derramadas frente a los vitrales suizos de Chagall.


Te escribo este poema y mis ojos salen por la ventana
de mi cuarto, tu preferida, y visitan la piedra irlandesa,
morada de tus despojos en este patio de hojas secas
y humedades sin nombre.


Entras y sales a tu voluntad,
cuando en noches de insomnio
mi único consuelo eres tú,
mi maestro.


Carlota Caulfield, Poeta