Poco queda por decir de Edgar Allan Poe, escritor estadounidense cuya corta y contrariada vida estuvo regida por la depresión, la tendencia a la melancolía y una imaginación perversa exacerbada por el alcohol y las drogas.

Es cierto que en muchas ocasiones, las tragedias personales del artista son materia prima para su obra. Pero por mucho que nos lo quieran hacer creer, no es el caso de Poe. El 99% de las exóticas historias que narra tienen lugar en escenarios que jamás visitó y en culturas y contextos de los que no se formó lo suficiente. Aunque algunas de ellas provenían de fuentes directas, la mayoría se generaba espontáneamente en una región de su corteza cerebral que, si el lector me permite, podría llamarse “región de la perversidad especulativa”.
Era el famoso principio de “la Realidad no es lo que aparenta ser. Existen diversas causas que generan el mismo efecto, ¿no es verdad?. La mayoría de ellas son reflejos de la naturaleza retorcida que se esconde tras la aparente simpleza del Universo.” Este es el gran razonamiento del género fantástico, del cual Poe ha mamado tanto como alimentado con su jugo biliar vomitado en una esquina de Baltimore durante una mala noche. Muy pocas veces se abandonó al mundo de lo Maravilloso, donde poco importa la relación causal de los fenómenos percibidos. Sus monstruos eran humanos, demasiado humanos.

Podría decirse que la imaginería de Poe es similar a la de Borges [otro gran maestro del género fantástico] en justamente eso: que es pura imaginería. Pero las fuentes de ambos son infinitamente distintas, así como las técnicas que utilizaban para ponerse en contacto con ese nivel de realidad alterno que demanda la buena escritura. Borges leía hasta que se le desprendían las retinas. Poe... experimentaba a través de sus delirios esta Realidad alterna de personajes deformes, torturadores de la Inquisición, muertos resucitados o vivos enterrados prematuramente, hermanos que sufren estados alterados durante una enfermedad no-diagnosticada o el hombre común que goza del simple placer de hacer el mal para ver qué pasa.

¿Experiencias traumáticas en su vida? Bueno... ¿quién no las tiene? Podríamos decir que el primer gran golpe le vino con la muerte de sus padres cuando era apenas un crío. Desde ese momento quedó al cuidado de un rico hombre de negocios de Virginia, John Allan, con quien tuvo numerosos malentendidos en temas monetarios que le obligaron a cambiar de ciudades, probar diversos trabajos e incluso, a hacer una pequeña incursión en la Academia Militar de West Point [que por suerte sólo duró un par de años]. Ehm... también hubo un primer gran amor contrariado [por la familia de ella] y un segundo gran amor contrariado [por la enfermedad y la muerte. Me refiero en este caso a su joven prima Virginia Clemm, con quien se había casado en 1836].

Cuando hablamos de Poe, hablamos de un espíritu sensible atraído por la lírica [su sueño era ser poeta, pero se dedicó a la narrativa por razones económicas] que camina a lo largo de la sutil línea entre Locura y Razón. Que deambula incansable [como el mejor Lovecraft o ¿por qué no? Shakespeare], la medianera entre Sueño y Vigilia. Que inhala con todas sus fuerzas el último suspiro entre Vida y Muerte. De todos los horrores a los que el ser humano está expuesto, es justamente el entierro prematuro el que más afecta a nuestro autor. En sus propias palabras: “Ser enterrado vivo es, sin ningún género de duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal... Los límites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos... ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro?” En este madaptations de junio proyectaremos un claro ejemplo de esta obsesión de Poe: Entierro Prematuro, adaptado magistralmente por Roger Corman. El otro ejemplo, La máscara de la Muerte Roja, nos transportará a los aciagos días de la epidemia de escarlatina, que competía junto a tantas otras pestes para cargarse la mayor cantidad de gente durante la Baja Edad Media. [más info].

Las circunstancias de la muerte de nuestro escritor continúan hoy día siendo misteriosas. El 3 de octubre de 1849 se celebraban comicios en Baltimore. Poe se sumó a la multitud para cobrar las míseras monedas que los partidos políticos daban a sus votantes. Fue hallado semiconsciente en el arcén, vistiendo ropas harapientas que ni siquiera eran suyas. Extraños le ingresaron en el hospital donde falleció cuatro días más tarde en medio de terribles delirios. Si finalmente cruzó la línea entre Locura y Razón, o la que hay entre Vida y Muerte o Sueño y Vigilia, es algo que no puedo resolver aquí. Lo cierto es que su cuerpo ya no está entre nosotros. Ha dejado a sus personajes para reflejar nuestros miedos y perversidades más recónditos. Y a través de sus fantasmagorías continuará invadiendo nuestros sueños, donde la angustia de lo inexplicable se hace carne y el grito de “¡Ayuda!” siempre es ahogado por una mano invisible que viene del más allá.


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